La ética del cuidado para resignificar la ciudadanía. Una conversación con Irene Comins*

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La ética del cuidado para resignificar la ciudadanía. Una conversación con Irene Comins*

En-claves del pensamiento

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias Sociales



En diciembre de 2018, la filósofa española Irene Comins (Universitat Jaume I) visitó el Campus Ciudad de México del Tecnológico de Monterrey, invitada por la Cátedra UNESCO de Ética, Cultura de paz y Derechos Humanos del Tecnológico de Monterrey. Durante tres días impartió el seminario Filosofía del Cuidar: Una Propuesta Coeducativa para la Paz, como parte del proyecto de investigaciónPensar la paz como ideal moral desde la tradición filosófica, financiado por Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) y dirigido por la Dra. Dora Elvira García González.

Al finalizar la segunda de las jornadas del seminario, tres profesoras tuvieron la oportunidad de conversar con Irene sobre sus temas de investigación. Esta conversación tuvo lugar la tarde del martes 11 de diciembre de 2018.

Ivón Cepeda-Mayorga: Hola Irene, me llama la atención cómo todo el discurso de la ética del cuidado hace eco de manera más fácil y sencilla quizás en la parte individual, y un poco más en la parte laboral, pero al hacer el brinco a la parte cívica, creo que empieza a tener mayor dificultad. Sobre todo, porque el entramado ético y social está anclado en una visión de justicia, una visión de competencia y una visión de poder. Entonces, si nosotros hemos aprendido desde esas visiones a vivir y convivir, ¿de qué forma podríamos ir cambiando o proponiendo un cambio sistemático en esta vida cívica, en esta convivencia cívica con el otro?

Irene Comins: Efectivamente sí, muchas autoras han señalado que la ética del cuidado parece que se circunscribe al espacio privado. Y más recientemente, algunas autoras están trabajando en sus contribuciones para resignificar el concepto de ciudadanía y la política. Pero yo creo que realmente no hay tal dicotomía entre privado y público; yo creo que el cuidado sí ha estado de algún modo nutriendo la sociedad civil, porque las mujeres sí que han participado en la sociedad civil, aunque efectivamente desde la política informal. Vemos en los movimientos pacifistas, sociales, ecologistas, y a lo largo de la historia, cómo las mujeres se han involucrado en las sociedades en las que han vivido, más allá del espacio privado, por el bienestar de las personas y de la naturaleza, y en ese sentido, hacían ciudadanía. Hasta ahora nos hemos quedado en un concepto de ciudadanía muy centrado en la visión masculina, en el poder formal, en la política formal, pero, de algún modo, la ética del cuidado ha ido nutriendo desde esa contribución y ese legado de las mujeres a la política informal, a la sociedad civil.

Ivón Cepeda-Mayorga: ¿Cómo podemos entonces compaginar este modelo cívico de justicia con esta ética del cuidado?

Irene Comins: Claro, yo creo que simplemente se trata de combinarlos. El modelo de la justicia, el principio de los derechos, es fundamental. Pero podemos enriquecerlo desde la visión de los cuidados. La visión del mundo de la justicia parte de los derechos, mientras que la visión del mundo desde el cuidado parte de las responsabilidades. Éste me parece un aporte muy importante para el concepto de ciudadanía. Ser ciudadano no sólo debería consistir en reivindicar derechos, sino que también deberíamos añadir la dimensión de la responsabilidad y el compromiso con los otros, a partir de la vinculación, la conexión y la preocupación por el bien de todos y de la naturaleza. Y eso es realmente la ciudadanía participativa, no sólo es manifestarse para reindivicar los derechos de uno. Entonces, por un lado, la perspectiva de la justicia es fundamental y tenemos que seguir nutriéndola y reforzarla pero, al mismo tiempo, ampliarla con la perspectiva de la responsabilidad del sujeto vinculado, del sujeto conectado. Y diríamos que la solidaridad, la empatía, no deberían de estar en el margen de la política, sino en el mismo centro también de la política. Con esto podríamos resignificar y cambiar lo que entendemos por ciudadanía.

Ivón Cepeda-Mayorga: Lo que entonces exigiría una política distinta, una política más interpersonal en este sentido y mucho más dinámica.

Irene Comins: Claro, la ética del cuidado contribuye a desafiar algunos principios del patriarcado, y en el patriarcado está todo, está la misma política. Por lo tanto, estamos hablando de resignificar cómo entendemos la política, la gestión de la polis, la gestión de la ciudad. Es decir, vamos enriquecerla con esos principios y a resignificarla y a modificarla.

Ivón Cepeda-Mayorga: En este sentido tu propones un modelo muy dinámico, mucho más relacional, de mayor movimiento y no tan estático.

Irene Comins: Exacto, la ética del cuidado es dinámica y relacional, se hace con el otro, es experiencial, no es de principios inamovibles, sino que se testa con la experiencia también. Entonces para el ámbito público puede ser muy rica.

Margo Echenberg: Tengo una pregunta relacionada con la concepción de Carol Gilligan de pensar la ética del cuidado como una ética feminista. Esto se entiende al pensar el feminismo como una forma de resistencia, no como ahora se mal entiende el feminismo, sobre todo en redes sociales, como ira y enojo. ¿De qué manera podemos pensar la ética del cuidado como una ética feminista?

Irene Comins: La ética del cuidado puede entenderse como una ética feminista, como bien dices. Muchas veces se le criticaba a Carol Gilligan porque puede parecer que la ética del cuidado trata de poner en valor estas experiencias que habían servido para mantener subordinadas a la mujer, y que era una visión retrógrada, y ella lo hace muy bien en varios textos en que responde a sus críticos; y responde que es radicalmente feminista porque desafía los principios del patriarcado en sus bases. Está el hecho de que el cuidado es importante y que el cuidado debe de ser compartido. Pero el cuidado ha sido asignado a la mujer para tenerla sometida al espacio privado, como un trabajo invisibilizado, no renumerado o mal pagado. Lo que estamos haciendo ahora es poner a la luz pública ese cuidado y reivindicar que eso debería ser un valor humano, reivindicar por qué eso lo debemos de compartir; el patriarcado se construye en esa desigual distribución del cuidado y es en eso en lo que estamos poniendo el dedo en la llaga cuando hablamos de la ética del cuidado. Yo sí creo que es radicalmente feminista. Vemos hoy día movimientos migratorios en que muchas mujeres emigran para atender cuidados, cuidados del hogar y de crianza de hijos que no son los suyos, a los que han debido dejar atrás en su país de origen. La ética del cuidado desafía los principios del patriarcado y los principios del capitalismo al poner en la luz pública el debate sobre qué ocurre con los cuidados, quién los realiza, quién cuida a quien.

Adriana Ortiz Stern: Tengo una pregunta en relación con la construcción de paz, porque es un tema que me interesa mucho. Hablabas [en el seminario] de que hay ciertos ejemplos de sociedades pacíficas y, entre esos ejemplos, ¿podemos encontrar algunas prácticas pacíficas relacionadas con el cuidado?

Irene Comins: Es una buena pregunta. La antropología para la paz es una subdisciplina bastante reciente que viene desde dentro de la antropología en diálogo con los estudios para la paz y que dice: dejemos de estudiar solamente la violencia y busquemos también estudiar las experiencias de paz. Leslie E. Sponsel, Douglas P. Fry… hay varios investigadores -por cierto, son mayoritariamente hombres- que están estudiando las aproximadas ochenta sociedades que hay en el mundo ya calificadas, o muy sintomáticas, de ser pacíficas. En las que hay conflictos -porque el conflicto es natural en el ser humano y la sociedad- pero que siempre se transforman de manera mayoritariamente pacífica. La verdad es que los resultados sobre el cuidado no señalan tanto porque, por ejemplo, en las tribus del Rio Xingú en Brasil, que es una de las sociedades más pacificas de las que se conocen, los estudios señalan que esto tiene mucho que ver con los valores culturales. Entonces, bueno, podríamos pensarlo juntas; los valores culturales de esta tribu, por ejemplo, ensalzan, sobre todo, la calma y la serenidad. Ellos piensan que perder el control es la mayor fuente de vergüenza, da auténtica vergüenza perder el control, perder el autocontrol. Su palabra para guerrero significa aquel que cuya máxima virtud es perder el autocontrol. Para ellos, la calma y la serenidad es más importante y eso hace que transformen los conflictos de manera pacífica. Aparte de otros principios un poco más místicos o irracionales: piensan que si hacen sangrar a alguien, caerán gravemente enfermos y lo somatizan hasta el punto de que caen realmente enfermos. Pero sí que es cierto que no sé hasta qué punto se ha estudiado el cuidado. Ahí lo único que habría es la obra de Margaret Mead quien, incluso antes de los antropólogos para la paz, descubre en estudios antropológicos que hay una correlación: en sociedades donde los roles de género están poco polarizados, las sociedades son más pacíficas, mientras que en las sociedades en que los roles están más polarizados, son sociedades más violentas. Pero tampoco entra ahí a descubrir si esto se debe al cuidado. Ahí hay un campo para estudiarlo.

Margo Echenberg: Sí, ahí resalta mucho el valor cultural. Pensé justo que en nuestras culturas la agresividad es algo que se valora y celebra. Un ejemplo muy evidente es el de Brett Kavanaugh, que fue nombrado juez de la Suprema Corte en los Estados Unidos. Una mujer da su testimonio de haber sido agredida sexualmente por él hace muchos años. Ella mantiene la calma, es muy respetuosa, nunca levanta la voz, todo el mundo celebra el gran testimonio que da. Él, en contra, hace un berrinche; grita, llora. Pero culturalmente, en cuanto a los valores, a todo mundo le pareció normal que él insultara y gritara. Pensé entonces en esta otra cultura donde se ensalza la calma, porque eso te ayuda a fortalecer relaciones más pacíficas entre personas, en vez de naturalizar una relación de agresividad.

Irene Comins: En el libro Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones, Steven Pinker dice que vivimos en una sociedad, en un mundo más pacífico. Es un libro que ha tenido su controversia y debate; él apunta algunos de los elementos que están haciendo que vivamos en sociedades más pacíficas. Él señala, para contribuir un poco a lo que estabas diciendo, que la creciente feminización conduce a sociedades más pacíficas. Esos valores que tradicionalmente se asignan a las mujeres como la calma y serenidad, si también lo comparten los hombres, crean una sociedad más pacífica.

Ivón Cepeda-Mayorga: Pero el proceso de feminizar a la sociedad no es un proceso sencillo, al contrario. Y ya lo comentaba en su momento Rita Laura Segato: al momento de tratar de valorizar las diferentes cualidades femeninas, el sector que tiene el poder se va a volcar a tratar de evitarlo y a tratar de llevarlo mucho más atrás de donde estaba en un inicio, porque el poder no va a ceder fácilmente.

Irene Comins: Es cierto y es una lástima. Encontramos muchos movimientos reaccionarios, incluso movimientos claramente antifeministas pero, por otro lado, también tenemos la esperanza de que hay movimientos de grupos por la igualdad, movimientos de nuevas masculinidades y nos damos cada vez más cuenta de que también encontramos hombres que están caminando hacia la libertad de todos y que es positivo para todos. El feminismo como un nuevo humanismo que nos liberará a todos, a las mujeres y a los hombres.

Margo Echenberg: Tengo una pregunta que tiene que ver con la educación. Si bien veo factible y muy prometedora la forma de introducir prácticas en donde podemos romper con los roles de género dentro de las escuelas que coeducan, me preocupa cómo esas prácticas se pueden construir por encima de un currículum que tiene otros valores como la competencia. Entonces, ¿qué pasa cuando tratamos de introducir prácticas, pero el currículum base es androcéntrico? Una pregunta muy relacionada con esa: ¿qué pasa cuando se vacían los contenidos? Por ejemplo, el mentoreo puede ser un cuidado si lo llevamos bien, pero si mentoreamos para ganar el otro o hacemos el coaching para sobresalir a costa de los otros… Entonces, ¿cómo tomar las ideas y los valores de la ética del cuidado para revertir esos valores de competencia en la educación?

Irene Comins: Ahí abogaría por la idea de la paz imperfecta. Está claro que será difícil hacer un cambio automático en el sentido de que la escuela coeducativa sea perfecta y el centro también actúe con estos nuevos criterios. Tenemos que ser pacientes y reconocer las experiencias que se van haciendo bien, aunque el resultado no sea perfecto; pero ponerlas en valor para que se multipliquen y ser críticos de aquello que no está bien para ir mejorándolo. No podemos descartar una experiencia porque no sea perfecta. Se trata de ir poco a poco y de manera paciente en nuestros temas de paz, no queda otra porque los cambios drásticos más bien son peligrosos a veces u ocultan algo. Luego, aquí lo interesante que me gustaría señalar es que la coeducación no son solamente actividades puntuales del centro, sino que también podemos hablar de currículum 'serio'. Por ejemplo, hay autoras que señalan que podemos introducir el cuidado en todas las dimensiones de la educación y en todas las materias. En materias que pueden parecer tan extrañas para esto como la química. Hay algunas propuestas de pedagogas catalanas que dicen que, en lugar de practicar la química en el laboratorio, pues la practiquemos en la cocina; en la cocina hay muchos fenómenos como, por ejemplo, cómo se liga el ajoaceite o cómo ocurren una cosa u otra. Se trata de introducir de manera natural el cuidado en todo el currículum y en las practicas del centro, como tú bien señalabas. En cómo evalúa el centro, cómo se gestionan los residuos…podemos introducir el cuidado desde muchas dimensiones y luego, también, estas actividades de los tutores, los mentoreos que decías. Pero que no sea para sacar más puntos, sino por querer realizar esa experiencia. Cuando tutorizo a alumnos que acaban de entrar en el centro, esa experiencia de cuidarles, de acompañarles, me resulta muy grata, porque refuerzo mis estudios, repaso mis contenidos, refuerzo mi autoestima porque me siento útil, valiosa para otros, que me escuchan, en eso tenemos que hacer el hincapié, no en otros valores. Pero es cierto que la competitividad del sistema neoliberal en la educación es muy fuerte y que, por tanto, la transición no está fácil. Tendremos que ir caminando y visibilizando, poniendo en valor las buenas prácticas, me parece fundamental para que puedan hacer semillas, ejemplos que otras personas puedan reproducir.

Margo Echenberg: Me parece fundamental para fortalecer la relación escuela, colegio, familia, porque siento que cada vez están más atomizados estos ámbitos, y vemos las dos direcciones: por un lado, los maestros dicen que no están llegando lo suficientemente educados, pero también vemos actitudes de padres que piensan que son las escuelas las que deben educar. Digamos que sí necesitamos esos lazos y que estén en comunicación. La ética del cuidado es una forma de abrir esa posibilidad para que el mensaje se comunique en los dos espacios. Pensando en otro ámbito, han intentado trabajar esto con el problema de la obesidad infantil en México. En las escuelas están intentando educar a los niños sobre el consumo del azúcar para que lleven a casa el mensaje de reducir productos como el refresco. Hay que pensar en la ética del cuidado como en un puente excepcional.

Irene Comins: Claro, además trata de introducir el mundo de la vida en el currículum. Muchas veces hemos puesto en el currículum cosas que ahora deberíamos revisar: ¿para qué nos debemos de saber de memoria la tabla periódica de química? Lo que debemos de enseñar a los alumnos es a saber buscar esa información, porque está accesible en un mundo de nuevas tecnologías. A lo mejor lo que necesitamos justamente son los saberes del vivir y convivir, los de la razón práctica y no tanto los de la razón teórica. Y en eso, la ética del cuidado es fundamental y nos puede ayudar a romper las fronteras entre el espacio de la escuela y el espacio del hogar.

Ivón Cepeda-Mayorga: Y también la visión de la comunidad. Me refiero a pensar la ética del cuidado que promueve esta visión del cuidado de la vida, de la naturaleza, de nosotros con el ambiente, de cómo nos desarrollamos con el ambiente, con el bien común.

Adriana Ortiz Stern: Y tiene de fondo la intención de la escuela, de las tres escuelas; segregada, mixta, coeducativa, ¿cuál es la intención de fondo? La intención de educar para ciertas cosas. Si tienes ya clara que la intención de tu escuela es la de educar para romper estos roles de género, para educar para la paz, pues las prácticas tienen que cambiar, porque tienen que estar alineadas con esa intención que está de fondo; y la ética del cuidado, en ese sentido, ayuda a llevar a cabo la intención y a no quedarte sólo en la intención.

Irene Comins: Bueno ahí me gusta mucho Virginia Wolf, ella se pregunta: ¿cómo será esa nueva escuela que queremos? ¿qué nos enseñará? ¿las artes de dominar, matar y de acumular tierras o las artes de la humana relación?. Y yo creo que justamente una escuela en la que se introduzca el cuidado de unos y otros y de la naturaleza, de manera desgenerizada, pues nos ayuda a conseguir esa escuela en la que se cultive la humana relación, los saberes de la humana relación.




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Entrevista transcrita por Paloma Durán.


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